Pío Angulo se convirtió en un empresario de éxito antes de cumplir los 30. Sus tres primeras promociones inmobiliarias en Málaga se vendieron rápidamente y pensó que la cuarta no sería diferente. Pero los noticiarios empezaron a mencionar la crisis de pasada, poco después los bancos dejaron de dar crédito y finalmente el teléfono dejó de sonar. «De repente tuvimos muchos problemas. No se vendía nada», recuerda el ex constructor, hablando tras el mostrador del nuevo negocio con el que piensa ganarse la vida. La heladería Dolce Frutti, en la isla indonesia de Bali.
Desde Berlín a Pekín, y desde Johanesburgo a Lima, los españoles están emigrando al extranjero como no lo habían hecho desde los años 60. Más de 350.000 se han marchado en los últimos cuatro años, según cifras del Censo Electoral de Españoles Residentes en el Extranjero (CERA) que no incluyen a los menores de edad ni a los miles que viven fuera sin registrarse.
Que Bali se ha convertido en uno de los lugares más populares para buscar nuevas oportunidades es fácil de comprobar. Los españoles sirven en chiringuitos, trabajan en hoteles, ofrecen clases de yoga, pinchan música en terrazas, diseñan villas o buscan alguna oportunidad en la oficina consular. «¡Uf¡», exclama el cónsul honorario español en la isla, Amir Rabik, al ser preguntado si ha notado el aumento de llegadas. «Muchísimo y el trabajo se ha multiplicado para atenderlos».
Ni Rabik ni las autoridades indonesias saben cuántos españoles viven en Bali porque la mayoría no regularizan su situación, manteniendo visados de turista que renuevan saliendo del país cada dos meses. Un funcionario de inmigración asegura no tener duda de que varios cientos se han instalado en la isla en los últimos dos años y que cada día llegan más. «Para nosotros son inmigrantes ilegales», dice el oficial. «Solo unos pocos tienen permiso para trabajar».
Pío Angulo recorrió los 13.000 kilómetros desde su Ronda natal a Bali hace seis meses, empleando sus ahorros en alquilar un local en la céntrica plaza Lio. Tras semanas ensayando las combinaciones de sabores e ingredientes, su heladería se dispone a ofrecer «el mejor helado de Bali». Su novia, que se acaba de unirse a la aventura, ha empezado a trabajar bailando flamenco en un restaurante. «Este lugar enamora a todo el que llega», asegura el empresario andaluz de 32 años, que conoció la isla por primera vez durante un viaje turístico en 2005.
Bali es, desde que la pusieron de moda viajeros hippies y estrellas de rock en los años 60, la joya turística del sureste asiático. El lugar vive, cinco décadas después de que empezaran a llegar los primeros extranjeros, uno de los mayores booms turísticos del mundo. Cerca de 250 hoteles están en construcción, a pesar de que las autoridades locales creen que hay un exceso de oferta de 10.000 habitaciones. El número de visitantes extranjeros se ha doblado en una década, hasta los 2,7 millones que entraron el año pasado. En 2015 serán cinco millones, según las previsiones de hoteleros locales.
Los últimos en llegar son occidentales huyendo de la crisis que buscan en la isla una ocupación sin tener que renunciar al hedonismo que hizo mítico el lugar, donde se lleva practicar surf antes de empezar la jornada y terminarla disfrutando de la puesta de sol en la playa. «¿En qué otro sitio se puede llevar esta vida y además progresar profesionalmente?», se pregunta la diseñadora de interiores Loreto Calderón, que llegó a principios de año tras una sequía de nuevos proyectos en el estudio donde estaba empleada en España.
160 EUROS DE ALQUILER
La diseñadora, que trabaja con galeristas y promotores locales, asegura que Bali tiene la ventaja de ser un lugar donde el coste de la vida puede ir de los 2.000 euros al día que se pagan los más pudientes por alquilar una villa a los 160 al mes que ella desembolsa por una casa de dos habitaciones y un pequeño jardín en una zona menos turística. Una motocicleta para moverse por la isla, buenos contactos y la disciplina suficiente para trabajar en un lugar que no siempre invita a ello suelen ser indispensables para que la aventura tenga éxito. «Aquí no me falta el trabajo y el lugar es inspirador para alguien que venga a crear», asegura Calderón en la villa que acaba de renovar en la localidad de Canggu, con vistas a un paisaje de arrozales y cocoteros.
Las historias de los que han logrado ganarse la vida rápidamente contrastan con las de otros que llegan sin preparación, inglés o contactos para terminar estrellándose o perdiendo lo poco con lo que llegaron. El empresario español Gonzalo Assiego, uno de los veteranos con 10 años de residencia, asegura que muchos llegan con expectativas irrealizables. «Para venir aquí también hay que estar preparado, porque hay mucha competencia. Si te quieres abrir camino tienes que aportar algo en el mundo del turismo», dice Assiego, que hace dos años abrió La Plancha, el chiringuito de playa más popular de Bali y uno de los 50 mejores del mundo, según el ranking del portal de viajes de la CNN.
El empresario malagueño prepara la apertura de dos nuevos locales en la isla -incluido el restaurante La Favela, inspirado en las barriadas brasileñas-, ha creado un negocio de alquiler de barcos para turistas y planea importar caballos españoles para inaugurar la primera hacienda andaluza de Bali. Mientras trabaja en levantar su imperio de ocio en la isla, Assiego ha reclutado colaboradores entre los españoles que llegan en busca de oportunidades.
CAMBIO DE FORTUNA
El joven abogado canario Juanjo Suárez, que trabajó hasta hace poco en una multinacional americana, lleva las finanzas de sus locales. El sevillano Antonio Ramírez es el jefe de cocina de La Plancha, después de que llegara a Bali con una muda de ropa y sin idiomas en 2008, al comienzo de la crisis. «Ya entonces se decía que iría para largo», recuerda este sevillano. «Venir fue la mejor decisión de mi vida. No había futuro en Andalucía y si estuviera allí hoy sería un parado más».
Bali es sólo uno de los puertos de desembarco de una diáspora española que cada vez más elige el extremo oriente para empezar de cero. Los destinos elegidos en otras épocas de crisis, como Alemania o los países de América Latina, se mantienen. Pero la emergencia de Asia como nueva potencia económica ha abierto nuevas posibilidades. Mientras Europa se mueve en la recesión, Indonesia crecerá en torno al 6% este año.
El resultado del cambio de fortuna de ambos continentes provoca escenas antes impensables: en algunos hoteles de lujo de Asia los millonarios locales empiezan a ver cómo el botones que les abre la puerta del coche llegó de Europa, el continente que hace tan solo unas décadas mantenía colonizados a muchos de los países de la región. «¿Desempleado en EEUU o Europa? Encuentra trabajo en Asia», anuncia una de las decenas de compañías que han surgido en Internet para buscar trabajo a quienes estén dispuestos a desplazarse miles de kilómetros al este.
La tendencia migratoria va desde los trabajos menos técnicos a la banca de inversión, la consultoría, la ingeniería o la arquitectura, uno de los sectores que más españoles atrae a Asia. Empresas reclutadoras como Ambition, con base en Hong Kong, aseguran que dos tercios de los currículos que llegan a las empresas financieras asiáticas son enviados por occidentales. La tendencia se explica mejor en números: mientras en España la tasa de desempleo ronda el 25%, en China está por debajo del 7% y en países como Singapur, uno de los destinos más populares para los empleos especializados y de alta remuneración, apenas llega al 2%.
La catalana de padre alemán Georgina Kennerknecht Biosca, de 31 años, trabajaba como analista financiera para AkzoNobel en Barcelona cuando en 2010 decidió convertir su amor por los perros en negocio creando rockandbark.com, una tienda online de accesorios para mascotas. «En España la idea no terminaba de salir adelante, en parte porque cuando tienes problemas para pagar la hipoteca un collar de perro se convierte en un artículo de lujo», explica la empresaria sobre su decisión de asentarse en Bali, desde donde busca expandir su negocio por Asia. «Yo siempre fui muy estresada y aquí he encontrado la tranquilidad. Es un sitio que te enseña a ser paciente».
El cónsul honorario, Amir Rabik, lamenta que no todos los españoles estén llegando para levantar negocios o buscar trabajo. Gran parte de su tiempo lo ocupa estos días en asistir a los nacionales en sus encontronazos con la ley, desde peleas a robos, pasando por delitos de drogas. David G.C, un español que llevaba varios meses viviendo en Bali, fue detenido en agosto con tres gramos de pastillas de metanfetamina, después de haber ignorado la advertencia que cuelga de las paredes de la terminal de llegadas del aeropuerto. Los delitos de droga se castigan en Indonesia con «pena de muerte» y la simple posesión puede suponer años de prisión. «Para los que vienen con afán emprendedor y ganas de trabajar, hay oportunidades», asegura Rabik. Es el caso de Pío Angulo, que tras emplear a 13 personas, comprar la mejor maquinaría para hacer helados y poner a punto su local, piensa abrir las puertas de Dolce Frutti la próxima semana, con la ambición de crear una cadena de establecimientos si las cosas marchan bien.
Atrás quedan seis meses de trabajo, peleas burocráticas y dificultades para completar un viaje que le ha llevado de vender ladrillos en su Málaga natal a ofrecer helados en una isla cuyo lado más idílico Angulo asegura no haber disfrutado todavía. «Será el paraíso, pero desde que llegué solo he pisado la playa un día», dice señalando la falta de moreno de su piel. «Yo he venido a trabajar».