Un escalón, cien escaleras, una cuesta, laberinto de “sies” y “noes”. Manos que se agrietan y espaldas cansadas, sudor que se convierte en esencia en el descansar de la noche oscura. Siete días de una semana simplificados a cinco de trabajo, consumidos al máximo para llegar a disfrutar con delicadeza de la nimiez del fin de semana. Montados en el Planeta mientras se destruye y lo autodestruimos a patadas con los derechos y deberes de nosotros mismos.
Pasa, paso, y reposamos. Todo con cheque en blanco, pensando que nada es efímero en el infinito de la edad del mundo. Los titulares hacen poso en las hemerotecas y cerramos el ordenador a las doce; ya sábado.
¿Qué pasará mañana? Pospongo la vida hasta el lunes, no creo que nada cambie, ni de modo, ni de forma, ni de sitio. Repetimos hasta morir.
En la cama, despertar matutino de domingo, en mi egoísmo de humana resentida, donde me huele a dos tostadas y a zumo de naranja recién exprimido, donde el café nos silba desde la cocina y mientras las sábanas abrigan la desnudez, no veo otro fin del mundo que no sea el día que este momento no lo pases conmigo.
¿Te gusta este texto? Pasa y vota por él en la página de Facebook de la revista Al Otro Lado del Espejo (Tanto el ganador como los finalistas más votados aparecerán publicados en el blog de la revista y en próximosnúmeros de la revista en papel.)
Esta vez tus "Me gustas" valen doble.
Gracias!!!