He llegado por fin hasta alguien que parece que sabe de nutrición. Le pregunto por los nutricéuticos, ese filón del que las internacionales de la farmacia y la nutrición están mamando. Me dice que no está seguro ni de su beneficencia ni de su no maleficencia. Es muy diplomático, el pobre. Luego llega la segunda pregunta: ¿tú tomas alguno? Naturalmente, me contesta recordándome la antigua figura del médico fumador.
Le cuento lo de Niels Bohr que interrogado acerca de la herradura en su puerta contestaba que naturalmente que no creía en la buena suerte que se pudiera derivar de ello, pero que le habían asegurado que daba buena suerte incluso a los que la colgaban sin creerlo. El problema de ser nuestro propio médico es que acabamos siendo nuestro propio asesino. De hecho entre los médicos hay más adictos a las drogas ilegales que en ningún otro colectivo profesional.
Las personas que practicamos una u otra forma de nutricionismo nos parecemos a esos que están derivando la psiquiatría hacia explicaciones químicas o cerebrales, hacemos como los que llaman al técnico de TV para que hurgue en las entrañas del aparato porque no le gustan los programas que echan en la tele. Bueno, hoy cambiaríamos de aparato porque esos trastos ya se han quedado sin entrañas.
Los que practicamos una u otra forma de democracia también preferimos cambiar de partido que de reglas de juego, también sabemos que la mala entraña que ocultan los partidos no tiene más arreglo que votar a otro. ¿Tú crees que votar sirve para algo? No, desde luego. ¿Pero vas a votar? Naturalmente, me han dicho que eso sirve aunque no creas en ello. Es la paradoja de Moore: no tiene sentido decir “hay fuego en esta habitación pero no me lo creo”, pero tiene sentido decir: “me han dicho que hay fuego en esta habitación pero no me lo creo”.
La pregunta implícitamente en juego es esta: ¿Puede ser la sensación de nutrirse bien, de votar bien una "guía de vida"? ¿Son indicios fiable, producidos por una especie de sabiduría del cuerpo personal y social y a su servicio, o sólo son engañifas, alabanzas de vendedores, y, a fin de cuentas, fuente de peligro? Parece que, a través del espacio y del tiempo, las sociedades humanas oscilan, vacilan entre estas dos tesis. Así la cocina se opondría a la dietética, al placer se opondrían la salud y la belleza; a la gastronomía, la buena nutrición, al socialismo las elecciones democráticas tal como se vienen haciendo últimamente.
¿El fluido nutricio de noticias es susceptible de dieta? Siempre ha habido gente que presumía de no saber. Atrévete a no saber, decía ya Tertuliano, seguramente para cantar la audacia de la fe. “Hay que apreciar cuando un hombre tiene todavía la aspiración a ser algo entero” Decía Walter, en El Hombre sin Atributos. “Esto ya no se da” opinaba Ulrich. “Basta con que ojees un periódico. Está lleno de una inmensa impenetrabilidad. Se habla allí de tantas cosas que eso rebasa la capacidad de pensamiento de un Leibniz. Pero uno ni siquiera lo nota; uno se ha hecho diferente. Ya no contrapone un hombre entero a un mundo entero, sino que algo humano se mueve en un general fluido nutricio.
Mi amigo nutricionista viene a decirme que más vale comer poco de las cosas que más te gustan que un poco de todo o muchas cosas a las que les falta colesterol o les sobra fibra. Un sistema alimentario que gira alrededor de la cantidad y no de la calidad lleva incorporado un destructor ciclo de retroalimentación que cuanta más comida de baja calidad come uno, más quiere comer, en una vana, pero sumamente beneficiosa para la marcha de los negocios, búsqueda del nutriente perdido. La ausencia de dichos nutrientes puede contrarrestar la sensación normal de saciedad después de haber ingerido las suficientes calorías. ¿Seguiremos hablando de nutrición y de política sólo para después poder hacer lo que nos pide el cuerpo? Pues, ¡cuidado! Nuestra espontaneidad está ocupada.