La mañana ha sido provechosa, no puedo negarlo, nadie en mi lugar lo negaría. Medio borracho con tres buenos libros en las manos me dirijo a Cibeles. Por mi derecha la sede del Banco de España a la que no me resisto hacerle una higa. Como sin querer paso por el café Gijón; veo con deleite que el menú incluye sopa de cocido y anchoas a la plancha entre otras cosas. Me siento junto a la cristalera, no sin antes observar que hay algunos conocidos por las mesas. Pérez Reverte y algún otro menos famoso. Le saludo con la cabeza, no vaya a pensar que le quiero quitar el entrecot del plato. La sopa me baja el pedo, y la anchoas me saben a gloria de entrepierna femenina. Las como con las manos, pringandome bien los dedos y emporcando la servilleta blanca de lino. No quiero postre ni café. Me levanto, le hago un gesto con las cejas a Reverte y me las piro, no sin antes decirle al camarero que le pase mi cuenta a Alatriste. Ha sido un viernes redondo, de tercio de Flandes.
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