Todos los días, a diferentes horas, ellos hablan por teléfono. Unas veces de fijo a fijo, otras de fijo a móvil, algunas de cabina a móvil o cabina a fijo. Hasta aquí todo normal. Es la pasión de dos amantes que se ven poco y se desean mucho. Pero para hacer este simple acto hacen virguerías. Ya no son niños, ambos están casados y viven lejos y no tienen un puto duro. Por ejemplo: él rebusca en el monedero de su mujer por las mañanas o en los descuidos, y le roba euros y otras moneda que poder echar en la ranura de la insaciable telefónica. Ella, le coge el monedero a su marido y hace lo mismo, o le pide dinero para comprar cosas que nunca aparecen y que gasta en las cabinas, como si de tragaperras se tratase. Así pasan los días, entre los tequieromucho telefónicos y otras cosas. Cuando la cosa se pone complicada, como los días en que la cabina se traga las monedas sin que puedan hablar, el cabreo sube en los índices bursátiles y entonces él, sale de casa de madrugada, con una palanca de cuña y una mochila, revienta dos o tres cabinas, recoge las monedas y al día siguiente va a correos y le hace un giro a ella con la mitad de lo recaudado, para poder seguir. Así llevan años, debe ser por eso que las cabinas de telefónica no devuelven cambio, se tragan las monedas sin dar explicaciones y aún reparte dividendos entre sus accionistas. ¿Cuánta gente más habrá así?
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