El franquismo siempre ha sido calificado como un régimen no totalitario en comparación con la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini o los países comunistas del telón de acero. Una pacífica sociedad, más preocupada por el turismo, el negocio o la economía que por otra cosa. No había mucho desempleo ni mucha delincuencia.
Esa imagen beatífica que mucha gente podría compartir se compadece mal con la historia y con su amable y sospechosa transición en democrática y próspera sociedad europea. Aparte de las cuestiones simbólicas que a unos preocupan más y a otros menos, todavía permanecen importantes problemas heredados del anterior régimen.
El caso de los 30.000 niños robados durante el franquismo es uno de ellos. Aunque no fuera un régimen totalitario, si estaba muy ideologizado.
Cabe la posibilidad de que en la España una, grande y libre hubiera gente que se dedicara a robar niños en los hospitales como una simple actividad mercantil. Pero no creo que el régimen hubiera permitido que eso hubiera ocurrido a los fieles de su ideología. Si fuera al revés, que la gente iba por los hospitales robando niños de franquistas, es que la cosa no estaba tan organizada. Lo más lógico es que lo padeciesen los rojos, los franquistas menos afines al régimen o simplemente los despistados sea cual fuere su ideología.
Quizá no era más que un instrumento de poder alimentado por el miedo, el odio o el dinero del que al final todo queda subterráneo y camuflado como un decorado de los que fabricaban para la famosa zarina rusa, sólo que en este caso es toda la sociedad la espectadora privilegiada y a la vez víctima del drama.
En todo caso es una actividad tan vil que está claro que sólo un exceso de ideología o una absoluta falta de ideología o creencias podría a alguien introducirse en tan miserable negocio.
Vivimos en un Estado tan débil que no es capaz de poner en orden esta cuestión al igual que en otras tantas, con cualquier gobierno. Como somos tan bastos seguro que habrá quien proponga una prueba de paternidad generalizada a todo el país. A mí no me importaría desde luego. Los tribunales no son el sitio adecuado para resolver los problemas de Estado, hay que cortar por lo sano el intento de judicializarlo todo, y hay que arreglarlo con un razonable consenso que desde luego excluya la ofensiva posibilidad de ser pisoteados por la falta de ética en la sociedad en la que vivimos.
maldonado bolívar