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Discurrir con la voluntad.

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¿Cabalgan? Luego ladramos. La tolerancia y la libertad de expresión se garantizan mediante la neutralidad ideológica del Estado. Y el poder discutirlo todo, garantiza la obediencia de los súbditos al poder constituido. Federico el Grande al pueblo: “Razonad cuanto queráis y sobre lo que queráis, pero ¡obedeced!”

Reducir los sueños a la noche, soñar para que el sueño acuda, nos hace cómplices de la miseria del día. Dejemos ya la cama de Freud, para el que la realidad burguesa permanece como dato indiscutible, y salgamos al camino de Bloch para el que la fantasía tiene el poder de transformar la realidad. ¿No escucháis ya la alegría por lo todavía no consciente de su “principio esperanza”? Para él el contenido de la fantasía diurna es abierto, fabulador, anticipatorio y lo que en ella late se sitúa por delante, es mejor que el sueño y no necesita ser interpretado y desenterrado, sino de corrección y en cuanto es capaz de ello, de concreción.

Quizá no sea el caso que sociedades humanas produzcan regímenes socialistas; quizá por el contrario, regímenes socialistas produzcan formas sociales subdesarrolladas. Por muy lógica que parezca esta conjetura, poco ha sido discutida hasta ahora.

Cualquier éxtasis prefiere finalmente la vía de la renuncia antes que pecar contra su propio concepto realizándose. ¿No es posible admitir que eso también es cierto respecto a lo social - una especie de complicidad colectiva que pone en juego toda su energía para derrotar la realización de lo social por miedo a alterar su concepto y a destruir para siempre su esperanza? Así conviene a fin de cuentas congratularnos por esta pasividad, esta inercia, esta ceguera , que derrota solapada, irónica, triunfalmente los proyectos de las buenas personas en el poder y de los paraísos en la tierra.

Hoy a los socialistas más nos va a sobrar un hervor que faltar un debate. Hay personajes que quedan muy bien delante de la cámara, que ponen muy buena cara, que sintonizan tan bien como Hitler con lo que “todos” quieren oír. Entiendo al que cambia la música según vea al personal. Pero desconfío de los que cambian el discurso según el resultado de las encuestas.

La desconfianza que sentimos por el escenario y la puesta en escena políticos, todo ese “teatro” del que no se conocen bien las reglas y ante el cual el gusto ordinario se siente desarmado, se encuentra con frecuencia en la base del apoliticismo y de la falta de confianza generalizada con respecto a cualquier especie de palabra y de portavoz. Y a menudo no queda otra solución, para escapar de la ambivalencia o de la indeterminación ante el discurso, que la de fiarse de lo que se sabe apreciar, el cuerpo antes que las palabras, la sustancia antes que la forma, la “buena cara” antes que las “bellas palabras”.

Necesitamos volver a verificar la bondad de todo lo que nos llega, para no acabar haciendo cualquier cosa. La verificación no es definitiva, hay que volver a empezar con cada situación. A fuerza de recomenzar uno contrae ciertos hábitos, pronto el discurso viene sin pensar y uno se encuentra en la situación de tomar sin realmente desear. Para ciertas personas no tomar lo que no se desea, es lo más difícil del mundo.

En la batalla interminable entre el cómo son y cómo deberían ser las cosas quisiera seguir escuchando la música del principio esperanza. Aunque sea una música celestial semejante al discurso de los políticos en período electoral Quisiera volver a discurrir con la voluntad como mi señor Don Quijote, que al decir: "¡Yo sé quién soy! " No dijo sino: "¡Yo sé quién quiero ser! " Y es el quicio de la vida humana toda: saber el hombre lo que quiere ser. Debe importar poco lo que somos, lo cardinal para nosotros es lo que queremos ser.


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