Traspasando la noche con el ulular del viento, despojadas de lo prescindible y en etereo, deslizan su halo en tenue precipitar del vacío en la nada, espesean con la niebla como velos de tul blanco en tránsito hacia el circulo del almario, un lugar instalado en el limbo del Universo Elegante y el espacio engalanado en la teoría de cuerdas. Con un andar relativizado por una realidad que no entendemos, consiguen por medio de susurros imperceptibles comunicar sus logros y sus fracasos en la difícil hermandad del humano, nada se escapa a sus exposiciones rítmicas, la viabilidad del aura de sus cuerpos, expresan con colores cambiantes estados de ánimo y conciencias invisibles que acarician cuerpos en suspensión. Cuando se encuentran en el almario, nada puede molestarlas, sus influjos representan la grandiosidad del Universo desconocido, entre diferentes dimensiones de un mismo plano en el tiempo, ellas mueven su beso entre los once mundos en uno, once vidas paralelas vividas al unisono. Un montón de cuellos de avestruz perdidas en un Serengeti intemporal, entretienen con el abanicar de espesas pestañas a un negrito que cree haber muerto, todo le parece magia, incluso mi presencia, que tan sólo observa con alma desprendida y que me permite desvariar en caminos sólo imaginados por mi soledad. El cielo que castiga al loco está aquí, mientras tanto, a seguir llorando serrín, reencarnado en silencios.
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