1983. Saltándose a la torera todas las leyes y convenios internacionales, el narco colombiano Pablo Escobar -por aquel entonces, y según la revista Forbes, uno de los diez tipos más ricos del mundo- fleta un C-130 Hércules cargado de elefantes, camellos, cebras, jirafas, búfalos, vacas, canguros, flamencos, tigres, antílopes y hasta una pareja de hipopótamos. La prensa bautiza al avión la "narco-arca". El destino: su Hacienda Nápoles, entre Medellín y Bogotá, donde quiere construir un zoológico. El avión es apresado por la Policía, los animales son enviados al zoológico de Medellín, pero Escobar soborna al vigilante -al que paga de golpe el sueldo de cinco años- y consigue recuperarlos. Pasan los años y el zoo en cuestión llega a tener más de 2.500 animales -incluida una pareja de loros negros única en el mundo- y hasta un “parque jurásico”con réplicas a tamaño real de dinosaurios. Y es que era tal la locura de Escobar por los animales que con sus sicarios se comunicaba con palomas mensajeras.
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