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Paisajes de Granada (De Granada a Motril)

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De Granada a Motril.

Mira que he bajado veces a Motril, que he recorrido esta carretera con asiduidad y sin embargo no se me había ocurrido nunca relatar mis impresiones, describir sus sinuosas curvas que serpentean y se arrastran por entre los tesos de esparteras despeinadas, laderas aletargadas, plasmar estos agrestes parajes secos que se miran en las profundas gargantas de las torrenteras que bajan desde las cumbres blancas y altivas de Sierra Nevada a la plana y exuberante vega de la cañaduz.

Salir de la vega de Granada, rica y abundante, pero abandonada y tremendamente dejada porque sus propietarios sólo piensan en la especulación del ladrillo y no en sacarle fruto a sus entrañas, por el puerto del suspiro del moro, donde Bohaddil, último rey nazarí, lloró amargamente, tras entregar las llaves de su amada ciudad, a los reyes católicos, te libera de la espesa capa de contaminación y te pone cara a una planicie, otrora mar de trigales, en camino de bajada hacia el mar, ante los llanos opacos y resecos, ahora, del Padul que te abren el cielo terso y luminoso que sueñas en las noches cálidas de Granada pero que la colcha espesa y dura que cuelgan los humos en el pretil del cielo no te dejan ver. Hoy este pueblo agrícola ha quedado aparcado, ensimismado en su propia grandeza rústica porque el ávido caminar de la comunicación ha trazado una tela asfáltica, rápida y veloz, fuera de sus calles, lejos de su sencilla convivencia. A veces es bueno vivir alejado de los progresos pero esta vez este pueblo campesino creo que ha equivocado su proceder, o a alguien le ha interesado que así sea. ¡Este mundo está tan lleno de especulación¡

Dúrcal también ha quedado relegado en un segundo plano, olvidado sobre la terraza de su embarrancado río, que unos metros más abajo embalsa sus cristalinas aguas a los pies de Béznar, en un pantano recogido, embriagado por el azahar de sus naranjos. La modernidad a partir de aquí no ha llegado aún, la ansiada autovía de la costa está cortada en el tajo profundo y lúgubre del río Tablate. ¡Qué abandonada está esta tierra! no, corrijo, ¡cuánta desidia corre por las venas de las gentes que vivimos en estos parajes!, no acierto a comprender qué nos pasa, qué nos hace proceder así.

A partir de aquí la carretera se arruga y se agarra a las faldas de unos montículos escurridizos hasta que se adentra en la cuenca de penumbra y agobio del río Guadalfeo que muere en un abrazo sencillo y espumoso, con el mar, entre Motril y Salobreña.

¿Alguno, por un momento, ha creído que me había olvidado de Vélez de Benaudalla, pueblo morisco y montaraz que, coronado por un torreón rojo y regular, testigo de su pasado mozárabe, vive embelesado sobre las aguas frías y ariscas de la sierra? ¿Cómo podría explicar entonces este relato?; pues ya ves que no es posible, lector preguntón, pasar por su lado y no fijarse en este puñado de casas blancas desparramadas sobre las faldas de la sierra de Lújar.

Tampoco quiero terminar sin hacer una somera mención, que no hice al principio, con intención, para ser un poco anárquico, genérica, sin nombre, a todos esos pueblos del entorno de Granada, que viven a su sombra, bajo la aureola blanca de la sierra, en la ola de su fama, y que han quedado a ambos lados de la tela asfáltica que une Granada con el mar. Puede que en otra ocasión vuelva a escribir sobre este recorrido pero seguro que le daré otro enfoque, otra orientación. Vaya al menos sus nombres por si esa buena intención mía de volver sobre ellos no se cumple. Armilla, plana como la artesa del amasador de pan, pujante y emprendedora, Ogíjares, aluvión de construcciones para saciar el ansia de los capitalinos de vivir a las afueras de la ciudad, lejos de sus ruidos, de sus humos, en el campo; Alhendín, alquería que fuera de los reyes nazaríes y que vive atada a su vega.

Salidos del cajón pétreo por el que discurre el río, pasado Vélez, se abre una llanura de un verde dulce, plana como el vientre de una doncella, que se sumerge tranquila en las olorosas arenas de un mar sereno, ese mar que los romanos llamaron “nostrum”. A la derecha queda, colgado en un montículo soso y pelado, Lobres, pedanía de Salobreña que domina altiva, su entorno, desde la atalaya de su castillo morisco. Antes de llegar al mar, giramos a la izquierda, avanzamos por entre las lanzas verdes y cortantes de este ejército de caña dulce que domina este valle y nos acercamos a Motril, referente comercial, punto neurálgico de la costa, destino final de este viaje.


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