Si miento es por conseguir algo a cambio, y debe merecer el ingenio empleado en ello. Hoy por la mañana, antes de preparar y comer el cordero hábilmente cocinado, he subido al Almanzor. El pico se encuentra en la Sierra de Gredos, a algo más de 2.500 metros de altura sobre el nivel del mar, en un circo glaciar de granito. A sus pies hay un lago: La laguna grande de Gredos, rica en truchas y de frías y claras aguas; un refugió de alta montaña, excursionistas y montañeros de diverso pelaje, algunas cabras hispánicas los días de poco ajetreo, cuervos y otras aves. Desde el refugio situado a dos mil metros de altitud, hasta la cima del Almanzor hay un paseo de entre dos y tres horas, ida y vuelta, dependiendo del estado de forma. Empece a subir al despuntar el sol, sobre las ocho de la mañana. A eso de las diez y media ya estaba de vuelta en el refugio. El guarda se ha mostrado encantado de prestarme la olla, sobre todo porque ha compartido la mitad de la paletilla con un servidor. Nos hemos apretado una botella de Pago de Carrovejas; de postre, un bote de melocotón en almíbar que generosamente ha sacado de la despensa. Hay que tener en cuenta que las provisiones se suben hasta aquí arriba a lomos de caballería, y que se encuentran a la venta por un precio equivalente al trabajo que cuesta subirlas. Amadeo, que así se llama en guarda, se lo ha pasado pipa royendo el hueso del garrón. Pero cuando de verdad hemos disfrutado ha sido al destapar la olla y ver los rostros de los comensales con sus bocadillos y latas de excursionistas. Una ola de exclamaciones ha inundado el comedor; Amadeo me decía, entre chupetones de dedos y miradas a la parroquia, que daba por bien empleado el último día de la semana. He pensado que si, que ha merecido la pena, sobre todo al recordar del mar de nubes a mis pies desde la cumbre.
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