La vida en abstracto
El mundo de la infancia y la adolescencia es un campo de juegos inmenso en el cual exploramos, actuamos y aprendemos. Nuestro cuerpo se desarrolla y la inteligencia va evolucionando para comprender y actuar sobre los objetos a medida que interactúa con ellos. Al principio manipulamos exclusivamente objetos concretos, tales como juguetes o cosas que están a nuestro alcance y aprendemos a relacionarnos con otras personas; mas adelante empezamos a interactuar con objetos abstractos del lenguaje y los números. Es un proceso que va de lo concreto a lo abstracto y que al principio tiene un marcado acento en el entendimiento del mundo físico que nos rodea. Las acciones son directas, discretas y ocurren en el presente.
A medida que nos convertimos en adultos, nos vamos adentrando cada vez más en otro mundo, el de los símbolos; conceptos y abstracciones que representan cosas y acciones sobre cosas. El tiempo puede ahora manipularse a voluntad y los sucesos y operaciones se trasladan al plano mental. El pasado y el futuro se convierten en vías de circulación alternas al presente; viajamos en el tiempo por así decirlo.
Como adultos, a menos que ejerzamos una profesión artesanal, reducimos el aprendizaje sobre el mundo físico y la permanencia en el presente; de hecho en el ámbito laboral se nos paga principalmente por anticipar y organizar el futuro para producir los resultados y beneficios esperados. Y éste esfuerzo absorbe nuestras capacidades intelectuales, ya que el entorno se está haciendo cada vez más complejo.
En el tiempo libre, salvo los espacios en los que disfrutamos simplemente de relacionarnos y de placeres sencillos, nos dedicamos a vivir en el mundo alternativo de internet, o en el simbólico de los libros, las películas y los espectáculos. Dedicamos también muchas horas a planificar nuestro futuro familiar y personal. No parece quedar mucho tiempo para la meditación y la contemplación, para la vida interior en el cual la mente, las emociones y el cuerpo encuentran paz y significado en el momento presente. Si hacemos un balance, estamos cada vez más alejados del mundo real de las sensaciones y los sentidos, de nuestras emociones más sutiles y difíciles de distinguir.
En este estado de cosas nuestra vida va perdiendo sentido y profundidad. Nos volvemos superficiales y un poco insensibles ante los problemas del mundo. Nuestra capacidad de abstracción intemporal se superpone a la realidad presente y el tiempo transcurre rápidamente y con él también la vida. Estamos, tal vez sin ser muy conscientes de ello, usurpando los espacios que de otra forma podríamos examinar a plenitud; espacios que deberían estar protegidos como ambientes naturales, donde la vida interior y sus significados abismales puedan ser explorados y desvelados.
Así como el desarrollo del cuerpo necesita tiempo, la búsqueda y maduración de significados necesita tiempo, pero no el tiempo ajeno y superficial en el que nos desenvolvemos habitualmente, sino el tiempo presente, el que verdaderamente nos pertenece y en el que reconocemos y aceptamos quiénes somos y lo que realmente sentimos. Es en este espacio donde puede prosperar el silencio, y si tenemos éxito, vivir la experiencia que verdaderamente necesitamos para completar nuestra vida.
