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Cuando logre organizar los recuerdos de mi padre, me quedaré con uno. Yo tengo cuatro años. Mi padre tiene un carro, y una yegua que se llama princesa. Se levanta a la una de la mañana y va al mercado a comprar frutas y verduras. Vuelve alrededor de las siete, toma café con leche y sale a la calle, a vender su mercancía, hasta la tarde. En el recuerdo es invierno, es de mañana, muy temprano. Por algún motivo extraño yo estoy levantado, con mi madre y mi abuela, en la puerta de casa. Esperamos a mi padre. De pronto, por la calle de tierra, aparece el carro, lento, muy lento. Cuando llega hasta nosotros distingo a mi padre. Viene envuelto en bolsas de arpillera, sobre las que se ha formado escarcha. Es un hombre joven, menor de treinta años, y mi abuela y mi madre tienen que ayudarlo a bajar porque está entumecido de frío. Entre en la cocina. Toma su café con leche y se va en el carro, a trabajar. No es un recuerdo hermoso, es sólo el que más me gusta de él.
