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Sustos reales

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Triplemente asustadas

Estaba yo la otra mañana haciendo un potaje de alubias y, siguiendo los consejos de Arguiñano, procedía a asustarlas tres veces para ponerlas tiernas, echándoles un vasito de agua fría para apagar el hervor, cuando, tras el segundo susto, oí lo de la abdicación del rey Juan Carlos y, el tercer susto, me llevé yo, que me dejé caer en el taburete de la cocina, si no tierno, sí blando por la emoción. Fue la primera de las impresiones fuertes que me ha dado esta familia en los últimos días. Una tertuliana, que ya no dejaría el incensario en toda la mañana, rebosante de alabanzas y de cantos emocionado a las bondades del monarca, afirmó que el día dos de junio sería un día para recordar. Por mi parte no hay duda, lo recordaré siempre, porque lo que no os he contado es que las alubias las integré, mientras esperaba la intervención real, con dos perdices de campo que me había regalado mi sobrina María del Mar. Ella las desplumó -bastante más de lo que Urdangarín and company nos han desplumado a nosotros- y le quitó los perdigones -como se dice que hizo el Rey el 23F con los tanques de Milá- y antes del discurso las hermané en la olla con las alubias. El resultado fue perfecto. Como hubiera dicho mi padre, en un hotel de cinco estrellas me hubieran cobrado más de 6500 pesetas por el plato. Inolvidables. La segunda impresión me la dio Felipe VI, que en unas horas consiguió lo que todos los gobiernos democráticos no consiguieron en años: prescindir de los signos religiosos en la ceremonia de la coronación. La tercera me asaltó cuando me encontraba tomándome en el desayuno una taza de nesquik, mis polvos mañaneros: el nuevo rey recibía a colectivos gays en el Palacio del Pardo. Seguro que algún científico, Premio Príncipe de Asturias, le habría informado de que la homosexualidad es la opción más avanzada, evolutivamente. Ante la sobreactuación de los mecanismos de perpetuación de la vida -basta mirar esta parcela que tengo aquí enfrente llena de hierbas y de flores silvestres o los siete mil millones y pico de seres humanos que pueblan la tierra- la naturaleza ha intentado controlarse y ha generado unos seres, los homosexuales, que a su vez no tienen que generar obligatoriamente otros seres con sus uniones. No se trata de una aberración, sino de una solución. Y Felipe, un monarca tardomoderno, ante tan luminosa idea, ha decidido ponerse a bien con los gays. Lo siguiente: promocionar un referéndum sobre la forma de estado. Seguro que lo gana sin quitarse el quepis.


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