La crisis lleva años impidiendo a la ciudadanía pensar en algo que no sea en las consecuencias que provocó, logrando así que el miedo nos empuje a olvidar y a ignorar todos los demás problemas. ¿Quién se acuerda aún de Haití? ¿Quién piensa en la hambruna del Cuerno de África? Todo lo ocupa la crisis, una crisis que está empobreciendo a galope a la otrora confortable y rica Europa sin que la mayoría de sus pobladores reaccione, sino que más bien la afrontan con una resignación penosa, pese a los miles de ‘Indignados’ que salen a la calle en todas las ciudades europeas, aunque no se trata aún, tristemente, de un clamor universal. Los europeos, por muy mal que lo estén pasando, parecen estar aceptando con total fatalismo las decisiones de sus ministros de economía, decisiones dictadas por el Banco Central Europeo, por Alemania y Francia casi en solitario, todos siempre al servicio de políticas neoliberales postradas ante el poder de los mercados.
Las páginas de todos los periódicos europeos recogen con profusión los términos del rescate a Grecia, un rescate que no se va a llevar a cabo a favor de los ciudadanos del país heleno al que la UE exige constantes sacrificios. Despidos, pérdida constante del estado del bienestar, recortes y más recortes sociales que les son impuestos como chantaje para recibir el dinero de la UE, y todo ello con el fin de salvar la unidad de aquello que nació como Comunidad del Carbón y del Acero y que fue evolucionando hasta convertirse en la actualidad en la Europa de los mercados, después de haber sido durante lustros la Europa de los mercaderes. Pero en ningún momento cumplió con la aspiración de ser la Europa de los pueblos o de los ciudadanos.
El dinero que, principalmente desde Alemania, va a llegar a Grecia no será para evitar despidos, mucho menos para crear puestos de trabajo, tampoco revertirá en mejoras de la sanidad o de la educación, mucho menos se destinará a la conservación de la enorme riqueza arqueológica del país que fue la cuna de la civilización europea -aunque los integristas católicos se empeñen en que las raíces de Europa datan de dos mil años atrás, ignorando los cinco mil de historia y cultura que guarda solo Grecia como primer país democrático-; el dinero que recibirá el país que fue cuna de Aristóteles, de Praxíteles y de Pericles, entre otros muchos, no es en realidad para sus ciudadanos, sino para los bancos.
El 90% del dinero que recibirá la nación griega irá a parar a los bancos para tapar los agujeros de sus temerarias inversiones y de sus juegos especulativos durante años, bancos, cuyos accionistas y directivos no han pagado sus aventuras especulativas, ni económica ni penalmente. Es más, el 30% de ese dinero que entregaremos el resto de ciudadanos europeos para el rescate irá a parar a los especuladores directamente.
Los datos los proporciona la organización Avaaz, que ha iniciado una campaña de recogida de firmas con el propósito de que, en la próxima reunión de Ministros de Economía de la UE, estos se planteen un cambio de política, política en beneficio de los ciudadanos, y no, como hasta ahora, a favor de los banqueros que fueron los diseñadores mismos del rescate griego.
La campaña de Avaaz (http://www.avaaz.org/es/eu_people_vs_banks/?fp ) quiere que los ministros de economía se planteen nuevas acciones económicas que impidan que el dinero de todos nosotros vaya, una vez más, a engordar las cuentas de los bancos y de los avariciosos banqueros, quienes, como uno de aquellos voraces dioses de la antigüedad, no hacen sino reclamar más y más sangre, más sacrificios, para seguir cebándose a costa de los cada vez más explotados ciudadanos de esa Europa de los mercados, la que parece no ir a saciarse nunca de la continua sangría a las economías públicas de los países miembros.
Y como este país de países no es la excepción en la globalizada economía, aunque sí resulta serlo en calidad democrática, en derechos y libertades, también aquí el gobierno inyecta grandes cantidades de dinero público a entidades bancarias para paliar los desafueros cometidos por ellas. Así, por ejemplo, la CAM, Caja de Ahorros del Mediterráneo, a la que hoy mismo el Gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordoñez, calificaba de “lo peor de lo peor” al referirse a la gestión, no ya desafortunada de sus directivos, sino abiertamente delictiva. Aunque también es cierto que habría que pedirle responsabilidades judiciales y penales, no solo a los gestores de la CAM -y de algunas otras-, sino justo al Presidente del Banco de España, porque su función es la de supervisar y controlar la situación de las entidades financieras, pero parece que la "bonanza" lo endormiscó -como dicen los catalanes para adormecer- también a él.
Fernández Ordoñez no descartó que se vayan a perder los 2.800 millones de euros que se destinaron al rescate de la entidad valenciana, la que durante años se dedicó a financiar megalómanos y ruinosos proyectos de la Generalitat, a la vez que concedía créditos irrecuperables tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, con la que vivió amancebada dentro de una disparatada política de cemento a toda costa que hizo florecer cientos de miles de casas, ahora parte de un patrimonio inmobiliario de salida imposible, lo que habría supuesto su quiebra, no confesada, ya en 2009.
A esas políticas de la entidad financiera, que pueden calificarse de cualquier modo, menos de sensatas, hay que sumar los créditos fraudulentos de sus directivos y las jubilaciones archimillonarias, como la de su directora, Mª Dolores Amorós, que se blindó con un retiro de 375.000 euros anuales. A dicha señora o, con mayor exactitud, a tal pirata nada inglesa, sino de la tierra del propio Camps, impresentable afanadora de carteras ajenas, se la ha sancionado, así como anulado su generosa pensión. Pero nadie ha pensado, excepto los sindicatos, que los directivos que percibieron jubilaciones por un valor total de casi diez millones de euros devuelvan el dinero.
Ante tanto abuso y tanto latrocinio, la mayoría de europeos sigue permaneciendo impasible y resignada, por más que tengamos la sensación de que las calles están llenas de ‘Indignados’ por el hecho de que unos cuantos miles de ciudadanos se hayan rebelado, cuando debiéramos rebelarnos en masa. Millones de europeos exigiendo que no se dé un solo céntimo más a los especuladores, a los bancos aficionados a aventuras ruinosas, ni un céntimo para seguir lucrando a especuladores, respecto de los cuales habríamos de exigir, con igual, no, con mayor ímpetu aun, que los metan en la cárcel. Por mangantes, por saqueadores, por timadores y estafadores, por más guante blanco que gusten calzar o por lujosas corbatas de seda natural que ciñan sus gaznates. En cambio, que esos millones de euros que salen de cada uno de nuestros bolsillos reviertan en políticas sociales para el desesperado pueblo griego. Es lo que pretende la campaña de Avaaz.