A Mónica
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Quedamos de vernos afuera de la Iglesia de tepoz, entre puestos del mercado y de artesanías. "No me vas a reconocer, me dijo, soy una viejita, han pasado muchos años."
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La reconocí de inmediato, llevaba un sombrero de ala ancha y un bastón. Pero era la misma de siempre, su voz y su mirada que me abrazó el alma en un segundo.
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Nos pusimos al día en diez minutos. Sigue siendo aguda y brutalmente honesta en sus opiniones. Tuvimos poco tiempo para conversar. Tenía que regresar a comer con su esposo. Una enfermedad terminal lo arrancaba poco a poco de su lado. La tristeza y el dolor de verlo sufrir le quebraba el alma, le traspasaba la piel y se colaba en cada uno de sus gestos.
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La conocí hace muchos años, hacíamos programas de televisión para jóvenes, cuando me la presentaron de inmediato tuve millones de dudas, era una mujer madura, alta, delgada, rubia, elegante y sofisticada para vestir, de ojos claros y sonrisa abierta. "Ok, me dije a mi misma, esta es la clásica esposa de "alguien" que se aburrió en casa y le dan siete programas de tele semanales para que se entretenga." Ella sabía manejar el mundo de las apariencias a su favor, y en dos minutos le dio una vuelta completa a lo que pensé inicialmente de ella.
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Y nos hicimos amigas. Jugamos juntas a hacer televisión, nos fuimos con todo el equipo al Estado de México y a Oaxaca, a comunidades indígenas aisladas e incomunicadas. Fue mi primer trabajo como comunicadora y sin duda fue el más libre, lo recuerdo como una aventura que hermanó a un montón de locos que tenían como único reto ser diferentes.
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Inteligente, autónoma, independiente, culta, curiosa, alegre y excelente cocinera, me enseñó a no dudar de mi vocación y a no permitirme caer en la depresión por amores lejanos y no correspondidos. En algún largo recorrido en carretera nos contó que se fugó de su casa en la adolescencia con el "amor de su vida", pero las cosas no salieron bien y terminó casada con otro hombre. El papá de sus tres hijos. Al poco tiempo de que trabajamos juntas, se divorció y unos años más tarde se reencontró con "el amor de su vida". Los dos tenían hijos adultos, casados, con nietos.
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Se casaron y se acompañaron dándole sentido a lo vivido, en formas, líneas, trazos y colores que ella plasma en lienzos. Se convirtió en una artista plástica al lado de su marido, viviendo la solidaridad, ternura y amor en una relación largamente anhelada.
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Agradezco los lazos invisibles de las redes sociales que nos acercaron justo en ese momento. A las pocas semanas de nuestro encuentro murió su esposo.
Sigue siendo una mujer hermosa, sabia, libre y honesta en lo que dice y siente. Todos los años, sufrimientos, alegrías, duelos y renacimientos no le han arrebatado ni un milímetro de soberanía.