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PAPÁ, VENIMOS DE LA ESCUELA.

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Existen tres clases de días: los blancos, los negros y los grises. En realidad, las tres clases se resumen en una: los días imperfectos.
Desde hace tiempo, para Abel los días de su vida son imperfectos. Habría que remontarse a la época de su niñez en el pueblo, donde había nacido, y elegir el día de la Primera Comunión, el de la boda de su tía Angelines, o aquel otro en el que el Maestro pidió un aplauso por decir de memoria las capitales de todas las naciones del mundo.
Abel sabe, o al menos tiene esa clase de fe que consiste en pensar que en cualquier momento puede surgir el rayo de luz que ilumine su anodina clase de vida. Ayer, cuando iba a comprar el pan, tuvo una de esas vivencias que caen del cielo como maná bendito.
Por la acera de la sombra, una joven señorita de aspecto latino, avanzaba empujando la silla de ruedas de una anciana. La señora, limpia y arreglada, llevaba, en su regazo una muñeca de trapo que iba acariciando y a la que alisaba su cabello de lana marrón con los dedos.
Era imposible no fijarse en la escena: La mujer, tan mayor y extremadamente delgada, emanaba un aura de dignidad y belleza, porque sonreía, con ojos vivos de luciérnaga, feliz en su diálogo inaudible con la muñeca de trapo.
Cuando vio que Abel se fijaba en ella, con voz fresca y clara, como agua cristalina de arroyo, dijo:
- Papá... venimos de la escuela.
- Muy bien, así me gusta. - respondió Abel.
- Papá, mire que muñeca más guapa tengo.
- Ya lo creo, es preciosa.
- Papá. Por favor, no tarde en volver que le estamos esperando para la comida.
- Voy a comprar el pan y en un momento estoy en casa. Vaya tranquila.
La señora le dijo a su cuidadora que Abel es su papá, que es muy guapo y muy bueno, y enseguida retomó la conversación con su querida muñeca.
- ¿Va bien, Doña Adelina? - preguntó su joven cuidadora.
- Voy de maravilla. Tu sigue por esta acera que por el otro bando tiran bombas.
La muchacha, mientras avanzaban con la silla, me miró con sonrisa cómplice como diciendo que había que seguirle la corriente y tener paciencia.
El día para Abel ya no era tan imperfecto: de la nada había surgido materia prima suficiente para pensar durante muchas noches. No solo eso. Ante si tenia una vida, una historia, tan fértil y fascinante como su imaginación pudiera alcanzar.
Sacó de su bolsillo su agenda de aprendiz de escritor y sentándose en un banco de la avenida, anotó:
“Doña Adelina Ayala Álvarez, la reputada pianista de nuestra escena musical, ha sido nombrada hija predilecta de Madrid. Esta distinción se une a las innumerables que durante su dilatada carrera, desde sus inicios cuando era niña prodigio en León, como pianista y directora de orquesta, la ha llevado a recorrer, no sólo los escenarios musicales de toda España, sino los de todo el mundo. Lina Álvarez, nombre artístico por el que todo el mundo la conoce, a sus treinta y cinco años, comparte la titularidad de la Orquesta National de France y de la Royal Philarmonic Orchestra...
Doña Lina Álvarez nació el 13 de Abril de 1919 en Villamañàn, provincia de León. Sus padres, Vicente y Mercedes, eran humildes labradores que tenían otros seis hijos mayores que ella”.
Abel miró al cielo y pudo ver dos nubes casi juntas. Una con forma de violonchelo y la otra parecida a un elefante. Con los ojos acuosos y su barra de pan, entró en casa y corrió a mirarse al espejo: No se lo podía creer. Se había enamorado de la vida.


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