No voy a hablar, esta semana, del fin de la actividad armada de ETA ni de la ejecución inducida de Gadafi. Hablaré del campo. Un campo que se nos muere de sed este otoño huérfano de lluvias. Qué se le va a hacer, llueve cuando quiere llover. A la lluvia le importan un carajo los hombres; menos aún, los hombres campesinos. Ellos miran al cielo con resignación e ira. Contradictorios, como buenos cristianos. Dios lo hizo todo, todo lo creo el buen Dios, incluso el mal. Según el cura, eso se llama libre albedrío. Entonces ¿por qué razón no se cumplen todos los deseos de los buenos campesinos? Pues, porque al libre albedrío, querido Joaquín, no le sumó la omnipotencia; esa, la guardó para Sí mismo. Así se lo explicó el cura a mi vecino, el campesino Joaquín, un día que acudió a su consejo atribulado por la injusticia del mundo. Joaquín se levanta por las mañanas para encontrarme en la era mientras paseo a Goldo. Nos saludamos con parquedad y comentamos el estado del tiempo, mirando al cielo; él, buscando alguna nube, al norte, que presagie agua; yo, mirando también al cielo y al Norte, admirado de la belleza impresionante de las altas cumbres, que empiezan ahora a blanquearse. No consigue aburrirme el paisaje, aunque pasen los años. ¿Lo ve Joaquín como yo, el paisaje? No sé; a mí, el libre albedrío, me parece una entelequia, una lluvia imaginaria que no acaba de satisfacer nunca la sed del mis campos. Claro que yo no poseo campo alguno, sólo ideas un tanto gastadas.
Si a un hombre se le deja en manos de asesinos, lo normal es que lo maten. No hace falta darles orden alguna. Las ruedas del tractor, altas como un hombre, dentadas con grandes mandíbulas de goma, aplastan las cabezas de los gusanos que se alimentan bajo la tierra. Las ruedas del tractor, como todo el mundo sabe, no tienen conciencia. Parece que Dios tampoco tiene, ni llueve cuando lo necesitamos, ni los gusanos merecen su atención, como si no fueran criaturas suyas. Dios hizo el mundo para pasearse con un gran tractor, nosotros somos sus gusanos. Dios y la OTAN, tractores y misiles, para ellos somos todos gusanos. Pero no venía hoy a hablar de Gadafi. En Somalia los gusanos se mueren de hambre, no tienen siquiera tractores. Mañana anuncian lluvias, le digo a Joaquín para animarlo. Me refiero a lo que ha dicho el hombre de tiempo en la TV. Si Dios quiere, me responde. Parece que lo que quiere Dios es que salgan los tractores a trabajar. Hoy les tocará a los de los campesinos. Dios aprieta pero no ahoga, dicen; depende de a quién, parece.
El tractor de la ETA se ha quedado sin gasóleo, varado en el campo sin límites de la Historia. A quienes vivimos en la Historia, nos atropellan tractores desmemoriados. Más allá de la era, en el valle, los chopos se incendian de otoño. Amarillo, naranja, rojo. Me aferro a mi pequeña historia, mis recuerdos, la biografía que nunca escribiré por que soy un gran desmemoriado. En la cabeza de este gusano caben pocos recuerdos. O muchos, pero sin importancia. Cuando sea borrado de la faz de la Tierra, ¿cuánto durará mi silueta en el recuerdo de quienes me conocieron? Un soplo. Pero el gran tractor no se detendrá, seguirá aplastado cabezas de gusanos, labrando los eriales para los desventurados gusanos del mañana. Tierra de secano, almendros y olivos. También da alegrías, claro. No todo van a ser penas; Él aprieta pero no ahoga. Según a quien ¿verdad? Siento la tentación de levantar la mirada al cielo, con la resignación de Joaquín. Envido su fe, lo reconozco. Aunque quizás exagero las ventajas de ser un buen católico, practicante, al que el cura convence con el libre albedrío y apacigua el alma con el sermón de los domingos. ¡Cuánto le gustaría a este gusano vivir pletórico de fe cristiana, mientras espera la llegada del tractor! Pero, ya se sabe, la fe es un milagro. Eso dicen.
Ya veis, la ejecución de Gadafi o el cese del fuego de ETA, parecen poca cosa en este mundo de tractores y sequía. Mañana puede llover, dice Joaquín. La fe mueve montañas. Cosas de gusanos.