Cada ciudad, grande o pequeña, tiene su barrio en el que la venta y compra de droga puede realizarse sin excesivos problemas y con la imprescindible colaboración por “acción u omisión” de los vecinos: ¿complicidad?.
Para los que vivimos en Granada, el Polígono de Cartuja (“el polígano”)aha sido desde los años 70/80 un barrio marcado hasta el punto que ni los taxistas querían ir. Desde aquellos primeros años en el que las familias dedicadas a la venta ambulante comenzaron a adentrarse en el mundo de la venta de hachís y progresivamente en lo que con el tiempo sería su propia ruina, la venta de heroína y cocaína, ha pasado ya unas décadas.
Hasta hace poco tiempo el barrio quedaba fuera de las zonas a las que familias con medios dirigían sus miradas para establecerse. Especialmente impensable si además se tenían hijos. En esta época y con posterioridad, vivir en “el polígano” era cosa de valentía para quien no tuviese ya sus raíces en el barrio. Ni sus bajos precios ni su alta disponibilidad ganaban la partida “al miedo”.
Si querías droga, “el polígano” era el lugar para encontrarlo. Solo había que correr la voz desde los kioskos de chuches y a esperar. Con suerte y un poco de dinero “milagrosamente” aparecía tu objeto. Si te robaban el coche ó la bici, “el polígano” era el lugar al que inicialmente se iba.
En pocos años se pasó de “mala fama” a “fama justificada”.
Como era lógico, lo que les enriqueció fue en pocos años los que los arruinó. Estos primeros vendedores de drogas no tenían ni idea que “el revuelto” (mezcla de heroína con coca”) no era el hachís que desde años atrás consumían y vendían. Y con ello, fue a partir de los 90, cuando la cárcel, el sida, las disputas entre clanes ó todo junto comenzaron a “limpiar” el barrio.
El “culto” (en especial el evangelista) se convirtió en la única esperanza para “la gente” y el lugar donde “los patriarcas” intentaban “salvar” los restos de una comunidad, la gitana, que en este y otros barrios de España se había hecho con el comercio minorista de drogas. Mientras tanto, los padres jóvenes y sus hijos fueron el coste de esa época y así un buen número de personas de dos generaciones ha sido el precio a pagar.
Hoy, diez años después, ya no hay que salir en grupo para salir a desayunar (un edificio de la administración autonómica ha llenado de nuevos aires al barrio) por miedo a ser atracados. Gran parte de aquellas familias, diezmadas por las consecuencias de la drogadicción y el destierro han “cedido” sus pisitos a los nuevos habitantes: Rumanos, marroquíes, subsaharianos, etc. Un barrio pobre en lo económico pero rico por su multiculturalidad.
Los colegios han pasado de perder alumnos de forma exponencial, a ser pequeñas “onus”.
El barrio, humilde, por una mala planificación en el diseño de sus construcciones (altos bloques en lugar de casas bajas), ha comenzado una nueva etapa. Vivir en él ya no es “el último lugar al que nos mudaríamos”.
Desde nuestro blog y fuera de él, queremos colaborar en este objetivo: dignificar el barrio.